El perro caliente también se fue de Venezuela

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Cómase un «asquerosito» sin miedo, la migración de Venezuela lo exporta a Colombia donde muchos lo extrañan… y este vídeo es la prueba.

Entre perro y perro (nombre decente del popular «asquerosito»), Gabriel Figueroa aprovecha ese pequeño vendaval de venezolanos que se acercan hasta su puesto.

-¡Dámelo con todo!-, pide uno por allá y Gabriel mueve las manos como un colibrí.

No le toma más de 15 segundos preparar uno con su lluvia de queso rallado –marca esencial del este producto– y ponérselo en la mano al comensal que ya saliva los recuerdos mientras observa hipnotizado la maestría del joven perrocalentero.

Una práctica común en la región capital venezolana era pronunciar la palabra-trabalenguas Univenpecalipre, iniciales del sindicato de vendedores ambulantes de perros calientes.

Porque el carrito formaba parte del paisaje urbano y de los amores y repudios tanto de algunas administraciones públicas como de ciudadanos comunes enemigos de la comida callejera.

Pero ni las administraciones públicas pudieron suprimir la venta ambulante de perros calientes ni los puristas de la alimentación lograron su veto.

Más bien se burlaron de todos ellos bautizándolo con el remoquete de «asquerosito», como se lo llegó a conocer en Venezuela, y así el perro caliente se ganó respeto y honor como el bocado más noble.

El perro caliente a la venezolana también migró por trochas, ríos, terminales de autobuses y aeropuertos para integrarse al imaginario de la diáspora.

A Gabriel Figueroa le da de comer porque gana dinero gracias a su carrito en la capital colombiana, aún no tiene los papeles pero eso no le ha impedido montar este micro negocio que habla mucho de las ganas de emprender de este muchacho que viene de Carabobo.

En Colombia hay más de un millón de venezolanos según los datos oficiales de septiembre de 2018, y es el país que más recibe venezolanos en el mundo.

El problema fundamental que confrontan es el de cómo ganarse la vida cuando no poseen un estatus legal y los gastos apremian: alquiler, alimentación, vestido (porque en Bogotá hace frío y casi todos llegan con lo que se traen puesto desde Venezuela), transporte y pañales para los niños.

Al final de cuentas el perro caliente es el símbolo común del futuro que aspiran los migrantes venezolanos en cualquiera de los países a donde decidieron marcharse huyendo de la tragedia.

Y es el símbolo porque todos quieren estar como el perro caliente, bien equipado, ¡dámelo con todo!, que no le falte nada ni a ellos ni a sus hijos, ni a la familia que han dejado en Venezuela y que espera las remesas de los que se aventuraron por esos caminos inciertos.

Al mío no le pongas cebolla…

 

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